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A menudo echo de menos creer en Dios

Por La Caminante, tan aguda y genial como siempre:

Creer por ejemplo que ese vuelco en las tripas que produce el sufrimiento de otros no es una sugestión moral, sino ese vínculo verdadero que une a mi organismo con todo lo que existe. Que no es crianza, ni tampoco una mera negociación biológica, el hecho de por qué las sonrisas me son gratas… o el sonido de las canciones que se cantan en voz alta. A menudo echo de menos creer en Dios. Creer que no es fortuita la belleza lógica de los números. Que el impecable orden del ciclo de la vida no procede ni del caos ni del limbo. Darle sentido al hecho de que creo en cosas que no veo. Quiero comprender qué es lo que hace resistirme a ser sumisa a lo visible. Echo de menos creer en Dios, cuando la incoherencia me enreda como algas que me bloquean, y amenaza incluso la certeza de la verdad. Entonces deseo al Dios del orden necesario, al del bien por encima de todas las cosas, al Dios que encargó decirnos que la verdad nos haría libre. A ese Dios científico quiero. También echo de menos al Dios desordenado que perdona a los culpables, el Dios emocional y contradictorio que desea nuestra liberación, y sin embargo la deja sólo en nuestras manos. El Dios romántico y artista que diseña primaveras para la alegría, el Dios golfo y travieso que tramó que la continuidad de la vida se mantendría por la existencia del placer. A menudo echo de menos creer en Dios, porque cuando pienso que no existe, sospecho de lo que aprendo, como un receptor orgánico de veleidades, un puro accidente, entre accidentes. Echo de menos creer en Dios, porque el Dios en el que yo creería no se sentiría ofendido porque yo no creyera en Él y no me castigaría por ello.

Yo a veces también echo de menos creer en Un Dios.