El domingo
De pequeño, el domingo siempre me pareció el día aburrido de la semana. No había nada especial que hacer y me contaba las horas esperando a que llegara el lunes, mucho más divertido por ser el primer día de cole (sí, me gustaba mucho el cole) de la semana.
Sin embargo, desde hace unos años estoy aprendiendo a valorar las cosas buenas del día del señor: el paseo al kiosco para comprar el periódico cuya lectura se prolonga durante todo el día, ver la Formula 1 si hay suerte esa semana y es a una hora decente, almorzar tranquilamente comida de mamá (único día de la semana que disfruto de ese placer), si se tercia, tomar un café en la cafetería del pueblo o ver una buena película.
Pero lo que más me gusta, lo que ansío con todas mis fuerzas, lo que cada vez que suena el timbre de la puerta me deja sin respiración, es esperar a los portadores de la palabra: Los Testigos de Jehová o sucedáneos. Es una alegría verlos llegar, con su uniforme compuesto de chaqueta y corbata, cambiando la chaqueta por camisa de manga corta en verano.
Hoy, tras una larga ausencia, han aparecido. No he podido evitar sonreír cuando he abierto la puerta, al ver a dos perfectos representantes de la organización, chico y chica de mediana edad y bien parecidos. Perfectamente pertrechados con sus ejemplares de la Atalaya, vieja conocida, han empezado a presentarme su nueva y culturalmente avanzada Despertad. Justo cuando yo le comentaba que prefiero la cultura laica y empezaban a retroceder en el portal para enfocar su energía en algún otro vecino despistado, me ha soltado que su nueva publicación “está especialmente destinada a las madres, que son las que más tiempo pasan en casa ya que el padre está fuera porque tiene que trabajar” (sic).
Creo que mi madre, que estaba dentro de casa sin atender demasiado a la incursión evangelizadora, ha escuchado el crepitar de mis neuronas, agitándose excitadas, porque ha aparecido detrás de mí en la puerta para divertirse un poco con mi respuesta: “Perdón, no entiendo exactamente por qué dice eso”; a lo que, en su primera intervención, ha respondido el chico, “bueno, es la cultura que tenemos, ¿no?”; la chica, horrorizada, intentando tomar de nuevo el control: “hombre, es lo que tenemos hasta ahora, lo ideal sería…”; yo de nuevo, “con comentarios como ese no vamos a llegar a ninguna situación ideal”; para terminar, la chica, inquieta, “seguro que entre todos lo conseguiremos, gracias. Hasta luego.”.
Yo, por último: “Vuelvan pronto!”.