Santo Padre
Karol Józef Wojtyła, siempre ha tenido dos vidas: una como polaco medio hijo de militar y otra como Juan Pablo II, Vicario de Cristo en la Tierra por democrático y divino cónclave del Colegio Cardenalicio.
Ésta mañana, el vitalicio Sumo Pontífice se obstinaba en leer el Angelus semanal mientras un anciano polaco, tembloroso por el Parkison, apenas sin voz, intentaba hacerle entender que su tiempo de bendiciones se acaba. A pesar de todo, en la Plaza de San Pedro se reunían como cada domingo los fieles para escuchar las palabras del Obispo de Roma. Con gran júbilo clamaban al cielo dando gracias por la recuperación de su parte mortal, sin querer ver que lo que se escenifica en ese hospital no es otra cosa que el cruel reflejo de el inmovilismo de los herederos de San Pedro.
Sin embargo, los buitres del poder de esa pequeña ciudad dentro de ciudad ya hace tiempo que sobrevuelan en círculos, susurrándose al oído, haciendo política para decidir quien quiere Dios que ocupe el trono más antiguo de la historia. Porque ellos mejor que nadie saben que, más pronto que tarde, el anciano polaco vencerá al heredero del pescador que negó tres veces y descansará, por fin en paz, bajo el arte de Miguel Ángel.