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Regreso al primitivismo
Javier Marías es uno de los columnistas que más me gustan. Escribe semanalmente en el El País Semanal y normalmente suelo coincidir con sus argumentos, aunque más en lo referente a la política que en lo referente a la sociedad.
Por ejemplo, el artículo (versión libre en su blog) que escribía ayer me parece muy recomendable. Un extracto:
Quizá, con todos estos síntomas previos, no es, pues, tan raro que esté dándose, entre gente no demasiado ilustrada pero abundante, y no necesariamente cerril en todos los aspectos, algo para mí insólito y de una gravedad extrema, a saber: la confusión o indistinción entre lo ficticio y lo histórico. Ante la oportunista proliferación de novelas que fabulan insensatamente acerca de personajes que existieron –sean Leonardo, Vermeer o Juana la Loca–, me encuentro con cada vez más personas, sobre todo jóvenes, que afirman leerlas porque “además así aprendo”, y que creen a pie juntillas los disparates que la mayoría de esas obras de ficción les cuentan, o les cuelan. Es decir, están convencidos de que cualquier fabulación o fantasía son poco menos que documentos históricos, y se las creen con la misma fe que si fueran crónicas de historiadores. O bien ignoran lo que son las ficciones, y las toman por verdades expuestas de forma amena.
A pesar de que novelas como El Código Da Vinci inician mucha gente a la lectura, este tipo de novela histórica donde el límite entre realidad y ficción es, si lo hay, difuso puede llevar a cierta confusión.